El tango es el baile tradicional de Argentina y un sinónimo de sensualidad. Una danza que se caracteriza por movimientos rápidos de pies, mientras las parejas erguidas se abrazan y se miran.
Por eso, cuando Gabriela Torres se subió al escenario del Campeonato Mundial de Tango en su silla de ruedas desafió la idea de cómo se puede bailar tango.
Cuando apenas tenía 2 años sufrió un accidente de auto que la dejó parapléjica. Una lesión en la médula la obligó a usar silla de ruedas para siempre y dejó destrozada a su familia. Pero no impidió que ella se convirtiera en bailarina.
“Desde muy niña aprendí a hacer de la silla de ruedas una parte de mi cuerpo. Gracias a la contención de mi familia que me ayudó a ser independiente pude insertarme en la sociedad”, dice Gabriela.
Hoy tiene 37 años, conduce su auto, es diseñadora de vestuario y hace parte de la compañía de danza Sin Fronteras, en la que empezó bailando danza contemporánea integrada, es decir, con bailarines en sillas de ruedas y otros que pueden caminar.
Sin embargo, no se le había pasado por la cabeza que podía bailar tango. Pablo Pereyra, su pareja de baile, fue quien se lo propuso hace tres años. ¿Será una buena idea? Se preguntó ella. La preocupaban las críticas de los tangueros.
“El tango es una danza muy estructurada, de un público cerrado, exquisito y elitista, por eso temíamos la reacción, pero pensamos que está en nuestras raíces y que no había razón para no intentarlo”, cuenta Gabriela.
Y empezaron a adaptar los ocho pasos básicos del tango para que ella pudiera moverse con la silla de ruedas. Probaron el abrazo que, por la altura de la silla, debía ser inclinado e inventaron otros movimientos en los que Pablo la levanta por los aires.
Pero no fue fácil. “Una vez fuimos a una milonga a practicar y la gente se alejaba. Pero eso no nos desanimó, por el contrario, fue un reto. Queríamos hacer ruido, romper el prejuicio de que las personas con discapacidad no pueden bailar”, dice Pablo.
Así, en el 2015, contra todo pronóstico, se presentaron en el Campeonato Mundial de Tango de la ciudad. “Fue romper todas las estructuras. Tuvimos críticas buenas y malas, pero lo hicimos”, recuerda Gabriela.
Repitieron en el 2016. En esa oportunidad bailaron al ritmo de los tangos melancólicos de Astor Piazzolla. Y en el 2017, cuando apostaron por un tango más movido, llegaron a la semifinal. Quedaron en el puesto 13 entre 120 parejas de una competencia reñida que reúne a bailarines de todo el mundo.
“Nuestra idea no es competir. Lo que buscamos es demostrar que no importa la condición física, el tango se siente”, agrega el bailarín que es también profesor de educación física en colegios.
Por eso, cuando salen al escenario se les ve concentrados, a veces con los ojos cerrados, disfrutando la música.
Gabriela hace movimientos con sus brazos y levanta el cuello como en un juego sensual que es muy propio del tango. Pablo baila hacia ella, la rodea y se abrazan. Hacen giros y él inclina la silla de ruedas mientras la sostiene.
Pero quizá el momento más emocionante es cuando Gabriela deja la silla de ruedas y ambos bailan en el suelo, abrazados. O cuando ella vuela, literalmente, en los brazos de él.
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